Castilla-León, ese engendro mastodónico, celebra hoy su fiesta. Una fiesta que año tras año nos trata de vender la clase política, pero que a gran parte de los ciudadanos de las nueve provincias nos es cada vez más ajena. La fiesta de una derrota que ni siquiera fue propiamente de las poblaciones de la cuenca del Duero, ya que hasta en localidades tan distantes como Murcia o Úbeda se dieron revueltas comuneras.
Castilla-León es un gigante que se puso de pie hace un cuarto de siglo pero que jamás ha conseguido caminar con seguridad. Este mosntruo, obra de un laboratorio político, ha sobrevivido tambaleándose desde 1983. Los políticos convertidos a experimentadores no se dieron cuenta en su momento de que su Frankenstein particular tenía dos piernas que provenían de dos personas totalmente diferentes y ahora los ciudadanos pagamos las consecuencias de sus ansias inventoras.
Sin arraigo entre sus pobladores y carente de una Historia común, este híbrido enterrador de dos pueblos históricos está condenado al fracaso pese a los esfuerzos de fundaciones, partidos y organizaciones pro engendristas en hacernos sentir como nuestra una región que no es tal.
En definitiva, una fiesta absurda para una Comunidad Autónoma absurda.
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